viernes, 22 de abril de 2011

En un Mundo Mejor

Cuatro cintas como Furia (Fritz Lang), La jauría humana (Arthur Penn), La naranja mecánica (Stanley Kubrick) y Gran Torino (Clint Eastwood), tienen en común la reflexión en torno a la generación de actitudes violentas en el ser humano individualmente o en grupo. Desgraciadamente, las conclusiones que se desprenden no son muy esperanzadoras (más allá del típico final suavizado que imponía la época y las productoras), ya que en los cuatro casos anteriores se da por hecho que este instinto humano puede atizar con relativa facilidad si se dan determinadas circunstancias, y tiene consecuencias imprevisibles. Y la verdad es que desgraciadamente, ejemplos en la historia lejana y reciente no faltan.

Un planteamiento similar tiene la reciente ganadora del Óscar y el Globo de Oro a la Mejor película de habla no inglesa, la danesa: En un mundo mejor. Este drama extremo, pero no por ello menos verosímil, es de aquellas cintas que no deja indiferente a nadie, y que invita a una digestión pausada durante los días posteriores a su visionado, para llegar a captar toda la profundidad que se esconde detrás de la crudeza de muchas de las situaciones que presenta. De la mano cada vez más reconocida de la realizadora danesa Susanne Bier, el espectador se adentra en la vida de dos familias acomodadas, que en un momento determinado cruzan sus destinos y deben enfrentarse a diversas caras de la violencia : desde la que se produce en cualquier patio de escuela, a la más primaria de algunos hombres que no saben afrontar las situaciones de otra manera, hasta la terrible realidad de las guerras civiles y tribales africanas.


 

UnA diferencia de grandes talentos cinematográficos como Scorsese, Peckinpah o el mismo Tarantino, que han plasmado la vertiente más estilizado de la violencia, en ocasiones rayando la coreografía musical, la directora aquí, la muestra de la manera más realista posible, poniendo todo el acento en su nacimiento y sus consecuencias posteriores. Y lo hace intentando buscar su esencia más básica, que se puede encontrar tanto en un niño rico y consentido del norte de Europa, como en un despreciable y cruel señor de la guerra africano. Para ello, se ayuda de un magnífico y riquísimo guión, que retrata unos personajes poliédricos y en permanente evolución personal y moral. Así, el doctor protagonista debe luchar contra los sentimientos enfrentados que le provocan sus experiencias como cooperante en el Tercer Mundo, que basculan entre la rabia contenida y la voluntad de transmitir a su hijo la futilidad de cualquier manifestación violenta para resolver los conflictos. Y como tan bien se retrata en la película, no siempre es fácil mantenerse fiel a los principios que uno tiene. Por otro lado, también es muy interesante el retrato del nacimiento gradual de estos instintos en un adolescente, bien sea por causa de un hecho traumático como es la muerte de la madre, por la sensación de sentirse protegido y respetado, o por mera curiosidad.

Con todo ello se compone un cóctel absolutamente impactante y emocionante, también gracias a la ayuda de unos actores descomunales, que sin forzadas exhibiciones interpretativas, transmiten una fuerza y ​​una intensidad difícilmente igualables en el cine comercial de Hollywood. Y es que cualquier primer plano del doctor en África conmocionado por la llegada de un niño malheridos o una mujer esventrada, o intentando reconciliarse con la madre de su hijo por teléfono sentado ante la infinidad del océano, llenan la pantalla y ya valen el precio de la entrada. En un mundo mejor, como dirían los clásicos, a pesar de ser una cinta que se pregunta por la ética del mundo actual, no se descuida la parte estética, imprescindible para hacer atractivo el visionado y transmitir al espectador sus argumentos .

Pero en el fondo, a pesar del desolador panorama que presenta el filme, lo cierto es que deja un camino para la esperanza, apelando tanto a la bondad innata de la naturaleza humana que todos pueden encontrar en su interior, como al convencimiento racional que respondiendo con violencia sólo se puede generar más, pero no solucionar ningún problema. La eterna dialéctica entre los planteamientos de Hobbes y Rousseau, hacia la naturaleza humana. Esperamos que al final se imponga la Émile al Lobo.

Marc Serra