miércoles, 11 de enero de 2012

The Artist

Se ha estrenado The Artist, como si de un obsequio navideño se tratara, con un éxito moderado de cartelera pero rodeado de una percepción mediática prominente. El filme es silencioso pero la respuesta no lo ha sido. Si usted vive en el mismo mundo que el resto y le interesa el cine, a estas alturas ya debe conocer el fenómeno The artist: un filme mudo en blanco y negro con la sorpresa de que esto no ha supuesto ningún obstáculo para que conecte con el espectador contemporáneo y, curiosamente y paralelamente, haya arrasado en una docena de festivales y otras muestras de cine.

Michel Hazanavicius, director y guionista francés de apellido ex soviético, nos regala un film-homenaje al cine, dedicado al Hollywood de los años 20, década de oro del cine mudo estadounidense. Estamos ante una apuesta arriesgada en tiempos de megapostproduccions ampulosas. Sin embargo, el proverbio popular nos recuerda que quien no arriesga no pisca! Y esta película ya dispone de una flagrante colección de estatuillas compuesta, entre otros, por un trofeo de mejor actor en el Festival de Cannes, un premio de la crítica de Wahington al mejor film y un galardón del público del festival de San Sebastián. Sin tener el veredicto final de sus seis nominaciones a los Globos de Oro.

 
El argumento de este silente film nos relata el declive de un ídolo del cine mudo que ve arruinada su carrera a la llegada del cine sonoro. Un argumento que no nos es nuevo (Cantando bajo la lluvia). Tampoco lo es el ascenso fulgurante y posterior caída de una estrella desplazada por un nuevo talento en el competitivo Hollywood clásico (Eva, Ha nacido una estrella, El crepúsculo de los dioses). The Artist no ha aparecido para dar la vuelta las estructuras narrativas de estos dramas a los que hace un guiño sino más bien a admirar a través de un guión eminentemente solemne y una mise-en-scène candorosa pero honesta.

Los actores - en blanco y negro - se convierten, a través de su interpretación, unos protagonistas cargados de coloración y brillo. Jean Dujardin y Bérénice Bejo (mujer del director en la vida real) son los encargados de convencer al espectador con gesticulaciones dignos de Harold Lloyd y Agnes Ayres. La comunicación visual se convierte en el plato fuerte, donde cada gesto es una exquisita composición de creatividad expresiva. Él deslumbra con su sonrisa grácil y simpático, a la vez que muestra su elegancia y un bigote escrupulosamente perfilado. Ella enamora por su oratjosa aura y se muestra radiante, intuitiva, sólida en su aparente ligereza.

La imagen se convierte en el palo del pajar gracias a Guillaume Schiffman, que no defrauda con una fotografía estilizada y ágil, donde el blanco y negro nos parecerá una efigie vintage. Schiffman, utiliza una aguda emulsión que se ajusta tanto en la movilidad de la cámara dentro de los largos planos secuencia como en la placidez de la cámara en los planos más cenitales. Tal como hizo en Un coeur simple, Gainsbourg o El aguacate, Schiffman sabía que la fotografía debía tomar las riendas del juego, liderando la composición visual y dándole airositat a cada sucesión de plan.

La música es la otra alma mater del film. Ludovic Bource, que ha colaborado en películas como Río su reponer plus, Le Caire nid de espions o Mes amis, ha compuesto una autoritaria banda sonora con ecos de Bernard Herrmann y polémicos fragmentos de filmes como Vértigo. En este sentido, ya son algunos o algunas como la actriz de la cinta de Hitchcock, Kim Novak, que han denunciado el hecho. Sin embargo, la banda sonora está debidamente sincronizada y se encarga de una tarea intrincada, la de mantener al espectador atento, relajado o mitigado según las imágenes, con una precisión milimétrica.


Hazanavicius no descuida técnicamente la cinta y recurre con frecuencia a un tipo de plan-espejo que aporta más magia al metraje de la que ya tiene. Los planes de detalle combinan a la perfección con los primeros planos y en estos tiempos en que el cine como realidad física está muriendo y el sintético está apoderando de la pantalla fílmica, el pastiche que propone Hazanavicius encuentra su sentido. Es, en el fondo, una postal de amor a las glorias del cine mudo, un triunfo de la teleportación artística a través de una cuidadosa narración visual.

Es una obviedad, pero, destacar que este film del semi desconocido Michel Hazanvicius tiene más mérito por su arriesgada y personal experimentación (para su revisión con envidiable frescura y contemporaneidad de los prehistóricos cánones del cine mudo) que por lo que cuenta a través de la pantalla, pero este no es sólo un prodigioso objeto de culto dedicado a la veneración de cinéfilos nostálgicos, The Artist pasa también por ser la experiencia cinematográfica de la temporada, una de esas puntuales películas llenas de gracia en que parece no existir la disidencia a la hora de calificarlas.

Èric Antonell