Elefante blanco es la
última película del argentino Pablo Trapero, que ha tenido el honor de
participar en el Festival de Cine de Cannes en la sección paralela Un certain
regard / Una cierta mirada después de que el Festival encadene sucesivas
selecciones de sus películas desde el segundo film, El bonaerense (2002). Se
trata de un cineasta adscrito al llamado nuevo cine argentino a través de
realizaciones independientes y unas preocupaciones autorales y de estilo que
con los años él mismo ha ido encargando de prescindir para desembocar en un
cine más comercial y popular. Este nuevo camino le ha llevado a moverse en el
terreno cómodo de los géneros aunque manteniendo siempre una conexión con un
cine de raíz social. De esta manera, Pablo Trapero visitaba el melodrama carcelario
y maternal en Leonera (2008) con protagonismo de su compañera Martina Gusman y
luego emparejaba esta actriz con el galán Ricardo Darín en Carancho (2010),
ahora bajo un formato de thriller intenso y vibrante con la corrupción de las
compañías aseguradoras de accidentes de fondo.
La búsqueda de un
público más numeroso y su estabilización dentro de la industria argentina como
un valor seguro le ha llevado a la internacionalización de su cine a través de
una coproducción con España y Francia que ha comportado la presencia en el
reparto de el actor belga Jérémie Renier, un rostro habitual en la filmografía
de los hermanos cineastas Dardenne. Elefante blanco es un intento bastante
irregular de congeniar entretenimiento y cine de denuncia social a partir de la
tarea evangélica de una pareja de sacerdotes y una asistenta social
comprometidos con el entorno marginal de barrios periféricos, las villas, que
proliferan en las grandes ciudades argentinas. Son barrios con condiciones
precarias en que se amontona una población que ha emigrado a las capitales y
que nos recuerda, por ejemplo, el fenómeno de masificación y pobreza de las
favelas brasileñas.
Es una muestra del
activismo de la iglesia católica de base en favor de los menos favorecidos y de
su lucha por la mejora de las condiciones de vida del barrio y de la población
que los lleva a menudo a enfrentamientos con las instancias políticas
municipales, la misma cúspide eclesial oficial o las redes criminales que viven
bajo el paraguas desregularizado de estos poblamientos menudo ilegales. El gran
trabajo se centra en la rehabilitación de un edificio mastodóntico abandonado
para convertirlo en equipamiento del barrio y que recibe el nombre popular de
la película, "el elefante blanco", símbolo y exponente de la dejadez
y la crisis perpetua de un país.
Pero el problema de esta
bienintencionada cinta cargada de valores humanos, sociales y religiosos, con
una reivindicación incluida la memoria del cura activista y mártir Mújica
asesinado en los años 70, y que en algunos momentos puede recordar el filme emblemático
la mision, es que nunca termina de encajar los diferentes frentes abiertos. De
esta manera cuesta armonizar la crisis de fe de uno de los protagonistas, los
problemas de presupuesto y tirantez con las autoridades que genera la
remodelación del edificio en cuestión, las tensiones con las brigadas de
trabajadores que no cobran su sueldo, o diferentes historias colaterales de la
barriada. En su favor juega la credibilidad de personajes y situaciones, así
como la sensación de inmediatez que transmite la cámara al tomar el pulso a la
barriada.
Joan M.