martes, 15 de noviembre de 2011

Valor de ley


Los hermanos Coen visitan por primera vez el género western en Valor de ley y obtienen el privilegio de inaugurar la 61 ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín gracias a este remake que han llevado a cabo a partir del mismo título dirigido por Henry Hathaway el 1969 a partir de una novela de Charles Portis y que significó el único Oscar por su protagonista, un malogrado John Wayne.

Fieles como siempre a un encasillamiento difícil y problemático, los hermanos Coen saben burlar los códigos de un género como el western en beneficio propio para convertir la revisitación de Valor de ley en algo más. Pero esta indefinición o desajuste con respecto a los géneros funciona en todas direcciones. Así la paradoja o subversión del género surgía en otros filmes como los thrillers Sangre fácil o No es país para viejos que parecían torcer el formato del cine negro para aceptar una lectura en clave de género western.

Como siempre, el actual aproximación que representa Valor de ley a los géneros cinematográficos llega para esquivar su precisamente las convenciones. Y, por supuesto, para llevar también el agua hacia su propio molino y agregar un peldaño más en un cine turbador que se construye sobre la violencia, la destrucción y la muerte a pesar de sus cómplices y aplaudidos juegos cinéfilos, sus coñas, su gusto por los personajes estrafalarios o el humor negro.


Valor de ley parece aparentemente una operación frívola y ligera de reciclaje y recuperación de títulos viejos pero creo que esconde un retrato amargo y tenebroso de un país construido sobre la barbarie a través del retrato de una niña empeñada en vengar la muerte del padre como acto de justicia bíblica, ciega. Una niña huérfano extrañamente madura que no parece necesitar ni sustituir una figura paterna perdida. Una niña en que su familia nunca aparece en escena. Un personaje resolutivo, seguro y sin debilidades. Nadie diría que hay una niñez robada por culpa de este empeño en la venganza reparadora y que la convierte, en definitiva, en un ser enigmático.

Y es que su camino está cosido de cadáveres. Un reguero de muertos le acompaña en todo en un trayecto noctámbulo, lleno de escenas nocturnas, casi tétrico. Incluso, cuando se acerca la resolución final en medio del día, ella será precipitada en un agujero con peligros letales, una especie de averno. Una niña de inocencia profanada que contempla ataúdes, presencia ejecuciones públicas, ve colgados en parajes desérticos, casi apocalípticos, o personajes que trafican con cadáveres. A ratos, se establece un parentesco con un western fantasmagórico y mórbido como Dead man de Jim Jarmusch.

Y, en algunos momentos, este trayecto por un territorio salvaje y desgobierno relleno de muertes llega acentuado por la visión retrospectiva de la niña, como la mujer de Lot, que mira atrás para ver unos cuerpos moribundos en una miserable cabaña o las víctimas de un tiroteo esparcidas por el suelo. Visiones del horror que nunca podrán conformar una adolescencia pacífica. Una adolescencia y juventud elidida, no mostrada en pantalla, que desemboca en unas tonalidades perturbadoras subrayadas en el epílogo final, un salto tormentoso en el tiempo. El resultado es una figura solitaria, asexuada, vestida de negro funerario, de tonalidades ambiguas, incluso, siniestros.

Resulta admirable el inicio de la película para transmitir una sensación de extrañeza e inquietud gracias a la lenta y progresiva demostración de un cuerpo dejado y abandonado en un plan nocturno ante un hogar iluminada. Se trata del padre asesinato de la niña protagonista, una chica que empieza a relatar su inclemente historia de revancha. Una voz acompañada de una notas piano que recuerdan algún salmo religioso y que nos transportan inevitablemente hasta ese filme maldito sobre infancias robadas y predicadores psicópatas que era La noche del cazador. El homenaje se hace explícito en Valor de ley en una agónica y salvadora cabalgata nocturna bajo las estrellas que confluye emotivamente en un precioso plano que delata un hogar de rasgos reparadores. Podría ser un refugio de desamparados de donde podría surgir perfectamente el espíritu materno y acogedor de la protagonista de La noche del cazador, Lillian Gish.

Joan Millaret